Como en los brazos de mi madre (Salmo 131)


Demasiadas palabras, Señor, demasiadas ideas. Hasta la oración he traído el peso de mis razonamientos, la carga irracional de la razón. Tengo el vicio del silogismo, soy esclavo de la razón y víctima del intelectualismo. Enturbio mis oraciones con mis cálculos y emboto el filo de mis peticiones con la verborrea de mis discursos. Reconozco mi defecto y quiero volver a la sencillez y a la inocencia del niño que todavía vive en mí. Eso me da alegría.

Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; 
no pretendo grandezas que superan mi capacidad, 
sino que acallo y modero mis deseos, 
como un niño en brazos de su madre.


Acallo mis deseos, Señor. Acallo mi mente, mis conceptos, mis conocimientos, mis teorías, mis elucubraciones. He pensado tanto, tantísimo, en mi vida que del entendimiento que me diste para encontrarte he hecho un obstáculo que no me deja verte. Me doy por vencido, Señor. Doma mi razón y refrena mi pensamiento. Acalla mi entendimiento y pacifica mi mente. Acaba con el ruido de mi alma que no me deja oír tu voz dentro de mí. Déjame descansar en tus brazos, Señor, como un niño en brazos de su madre. ¡Cuánto me dice esa imagen! Cierro los ojos, desato los nervios, siento el cálido tacto, el cariño, la protección, y me quedo dormido en plena sencillez y confianza. Esa es la oración que mayor bien me hace, Señor • Carlos G. Vallés, Busco tu rostro. Orar los Salmos, Ed. Sal Terrae, Santander, 1989, p. 244.

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