Conductas y conductos.


Es un hecho que el tema de la corrección fraterna –y paterna y materna y de donde venga- nos cae, en general, mal. Pocos soportamos que alguien nos advierta, aconseje o que nos llame la atención sobre algo. Huimos de la corrección fraterna en ambas direcciones: no queremos ser corregidos y mucho menos corregir. Y paradójicamente rechazamos esta corrección en una época en la que exigimos correcciones técnicas en todo: en la puerta de mi coche, que no cierra bien; en el televisor, que no da una imagen suficientemente nítida, en la hechura del traje que nos acabamos de comprar. Se diría que, en la medida en que hemos conseguido precisiones tecnológicas increíbles a base de corregir, en la misma medida hemos llegado a una irresponsable dejación de las conductas humanas, justamente por no corregir. El evangelio de este domingo es tan claro como el chorro de un surtidor: Si tu hermano peca, repréndele a solas[1]Se trata de una corrección preocupada, insistente, progresiva: a solas..., ante dos..., ante la comunidad[2]. Y es que la mala conducta no puede dejar nunca indiferente al cristiano. El pecado no sólo repercute en quien lo comete, sino en la comunidad a la que pertenece. Cuando un miembro de nuestro cuerpo está herido, todo nuestro cuerpo siente malestar y dolor[3]. Hablamos constantemente de solidaridad, y usamos el término cuando los derechos humanos de alguien han sido quebrantados. Pero solidaridad es también velar para que los árboles –y todos lo somos- crezcan y mueran de pie. El jardinero corrige las guías torcidas de sus arbustos. Y los padres, los educadores, los sacerdotes, los cristianos en general, somos jardineros de la viña del Señor. Lo que pasa es que, para corregir, hacen falta dos cosas al menos. Una, mucha humildad. El que corrige no es infalible, sino un servidor dispuesto, a su vez, a ser corregido. Corregir, no es anatematizar, humillar, aplastar, sino valorar al corregido. Y, dos. La corrección ha de partir del amor y terminar en el amor, de otra forma se vuelve el más incomodo de los momentos. Mucho mejor lo decía Gabriela Mistral «Aligérame, Señor, la mano en el castigo, y suavízamela en la caricia. Y que reprenda con amor para saber que he corregido amando»[4] • AE 


[1] Mateo 18,15-20.
[2] Idem. 
[3] Cfr 1 Cor 12, 26. 
[4] Gabriela Mistral (1889-1957), fue una poetisa, diplomática y pedagoga chilena. Una de las principales figuras de la poesía y literatura latinoamericana, fue la primera iberoamericana​ premiada con el Nobel: ganó el de Literatura en 1945.

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