El ojo y el corazón


En algún momento de nuestro camino fe sin duda hemos pensado que la religión consiste en lo que damos o hacemos por Dios, cuando la realidad es que sucede justo lo contrario: la religión consiste en lo que Dios hace por nosotros. Y es que tenemos mentalidad de mercenarios, una gran incapacidad para considerarnos siervos inútiles[1] y sobre todo no dimensionamos lo peligroso que es exigir a Dios «lo que es justo». El buen obrero que va la viña, según el corazón del Señor, es el que se desinteresa del salario, el que encuentra la propia alegría en poder trabajar por el Reino. ¿O Vas a tenerme rencor porque soy bueno?, pregunta el dueño de la viña. En algunas traducciones en lugar de rencor se traduce por “ojo malo” #Exacto En el fondo la parábola de este domingo nos dice que podemos ser unos trabajadores extraordinarios, pero al mismo tiempo estar enfermos de ese “ojo malo”. En otras palabras: ¿Somos capaces de aceptar la bondad del Señor, de no refunfuñar cuando perdona, cuando compadece, cuando olvida las ofensas, cuando es paciente y generoso hacia el que se ha equivocado? ¿Somos capaces de perdonar a Dios sus injusticias?[2] Qué duda cabe: nuestra desgracia es la envidia. El ojo malo. La mezquindad. No estamos dispuestos a hacer fiesta cuando Dios hace fiesta a quien no se la merece. Si muchos de nosotros hubiésemos estado presentes bajo la cruz quizá habríamos considerado inadmisible la pretensión de aquel ladrón de entrar en el Reino[3] y habríamos enumerado muchos motivos para criticar a aquel que no tenía para exhibir ninguna de esas virtudes nuestras probadas (por nosotros), sino sólo maldades. La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo. Y quien tiene el ojo malo, y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo. Si esperamos la vida eterna como justa recompensa a nuestros méritos, hermano mío, hermana mía, nos cerramos a la posibilidad de sorprendernos, como los trabajadores de la última hora, frente a la enorme generosidad del dueño de la viña. Que el Señor en su infinita misericordia nos ayude a quitar de nuestros corazones ese deseo de estar contabilizando nuestros méritos y  confrontándolos con los de los demás y corrigiendo a cada momento los criterios generosos y maravillosos de nuestro Padre Dios • AE



[1] Cfr. Lc 17, 10.
[2] Cfr. Lc 15, 11-32.
[3] Cfr. Ídem 23, 42. 

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