Al final del Adviento (IV y último Domingo)


La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira esos días en nuestros centros comerciales. Una fiesta mucho más honda y gozosa que la sensación que produce recibir regalos. Los creyentes hemos de recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría. No entenderemos la Navidad si no sabemos hacer un espacio real de silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, acoger la vida que nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo, de un Dios cercano, de un Dios compañero de camino. En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida», decía san León Magno. No se trata de una alegría insulsa y superficial. «Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros», como dice don Leonardo (Sí, el de apellido Boff; ya siento que te revuelvas incómodo en tu asiento, querido lector. “El que es malo no es con todos” que decía mi señor cura Donato). Nuestra alegría se volverá real cuando nos abramos a la cercanía de Dios y nos dejemos atraer por su ternura, cuando sea una alegría que nos libera de miedos y desconfianzas, especialmente ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Esta cerca de nosotros en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar. Dios no es el Ser omnipotente y poderoso que a veces imaginamos los humanos, encerrado en la seriedad y el misterio de su mundo inaccesible, aquel que, como cuentachiles inmundo, nos está anotando todos y cada uno de nuestros pecados, faltas y caídas para pasarnos la factura el día en el que nuestra alma llegue a su presencia y para siempre. Dios es el Hijo entregado cariñosamente a la humanidad, el bebé que busca nuestra mirada. El hecho de que Dios se haya hecho niño dice mucho más de cómo es Dios que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio.[1] Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, quizá entenderíamos por qué nuestro corazón debe estar lleno de alegría: sencillamente porque Dios está con nosotros • AE


[1] J. A. Pagola, El camino abierto por Jesús. Mateo (eBook-ePub) (Educar Practico) (Spanish Edition) (Kindle Locations 231-250). Grupo SM. Kindle Edition.

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