Viudas y lágrimas y compasión y cosas asín


Cuando el Señor llega a Naín se encuentra con un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo. En pocas palabras, Lucas nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también este acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella? El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, «el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores». Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios. No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: No llores. Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir. No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: Muchacho, a ti te lo digo, levántate. Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús lo entrega a su madre para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola. Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús sino que nos invita a ver -¡a contemplar!- la revelación de Dios como Misterio de compasión, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente. En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato del Señor: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Esta compasión es hoy más necesaria que nunca, pero no una compasión como la de Mariquita la Sabihonda. La Iglesia –la voz es la de Papa Francisco- tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno [1]. Sabe bien que Jesús mismo se presenta como Pastor de cien ovejas, no de noventa y nueve. Las quiere todas. A partir de esta consciencia, se hará posible que a todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros [2]. En muchos lugares todo importa menos el sufrimiento de las víctimas, todo funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. El sufrimiento de los demás ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando •AE



[1] Bula Misericordiae vultus (11 abril 2015), 12: AAS 107 (2015), 407.
[2] Cfr. Ibíd., 5: 402

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