¿Un mundo realmente feliz? (II Domingo de Cuaresma. Ciclo A)

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El Bosco, El Jardín de las delicias (1500), óleo sobre madera, 
Museo del Prado (Madrid).
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Cuando Pedro contempló la Transfiguración del Señor no pudo contener su entusiasmo y exclamó: «¡Qué bien  estamos aquí!». Nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI hemos asistido a las grandes  transfiguraciones del mundo: la de la ciencia, con sus adelantos increíbles; la de la  cultura, que va llegando a estratos y ambientes a los que antes no llegaba; la de la invasión  del confort que, en nuestra área occidental ofrece todas las  posibilidades de una dolce vita, la de los  medios de comunicación, la de las diversiones. Ante estas "transfiguraciones" de nuestro modo de vivir, ¿podemos decir, como Pedro, "Qué bien estamos aquí!"? Tengo la impresión de que deberíamos afirmar lo contrario: "¡Qué mal estamos aquí!" El hastío, el descontento, la tristeza, la  incomunicación, la angustiosa soledad son enfermedades que aquejan a muchas personas. A mayor escala de confort y de adelantos, una mayor carga de desilusiones. Es así ¿Qué es lo que está pasando? ¿Dónde está el fallo? El plan “ideal” es embellecer las fachadas, crear casas confortables, parques, instalaciones deportivas.  Incrementar el turismo y el intercambio cultural y que vivamos abiertos a un libertinaje sexual y abiertos a todo tipo de placeres. Hemos ido implantando la filosofía del tener con la ilusión de llegar a un mundo feliz mucho más grande que aquel que pintaba Aldous Huxley. Con la Transfiguración del Señor sucedió al revés: todo fue de dentro hacia fuera. Aquel momento no fue una demostración de lo que Jesús tenía, sino en realidad de lo que Jesús era: el Hijo amado del Padre. Esa es la transfiguración a la que estamos llamados: a transformar nuestro yo, a vivir más en el mundo del ser que del tener, a luchar por una transformación interior, una auténtica conversión. Y ya metidos en gastos y en estas alquimias interiores (¡cómo me gusta ésta frase!) hoy podríamos pedir el regalo de saber acercarnos con fe y sencillez al manantial de la gracia, que son los sacramentos. Es ahí y desde dentro hacia fuera -como el fruto sale de la flor, como el racimo de la  vid- como surgirá una sociedad también transfigurada. La invitación es pues que desde nuestro Tabor, llenos de la luz del Señor, hagamos un esfuerzo personal, constante, por transfigurarnos y transfigurar nuestro alrededor • AE

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