Saturday of the Fourth Week of Lent (3.28.2020)


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José de Ribera, Simeon with Christ (1647), oil on canvas, private collection.

Jesus Christ is truly a “sign that will be contradicted” as Simon had told Mary[1]. Those who listened to Jesus' words did not remain indifferent to them, to the point that, on this occasion, as in many others, «the crowd was divided over Him»[2]. The reply of the officers who wanted to arrest the Lord centers the question and shows us the power of Christ's words: «No one ever spoke like this man»[3]. It is like saying: His words are different; they are not empty boastful words, full of arrogance and falseness. He is the Truth and his way of speaking reflects this reality. And if this happened amid his audience, his deeds provoked even more amazement and admiration; but also, criticism, gossip, hate... Jesus Christ spoke the language of charity: his deeds and his words showed the deep love He felt towards all men, especially those more in need of assistance. We Christians are invited to be a real a sign of contradiction, because we do not speak and behave like others do. By imitating and following Jesus Christ, we likewise must use a language of charity and love, a necessary language that, in fact, we can all understand. As our beloved pope emeritus Benedict XVI, wrote in his encyclical Deus caritas est, «Love will always prove necessary, even in the most just society (...).  Whoever wants to eliminate love is preparing to eliminate man as such» • AE

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Anónimo, El profeta Jeremías, mosaico del ábisde de Santa María en Trastévere (Roma). 

En la primera de las lecturas de hoy vemos a Jeremías que aparece hoy como figura de Jesús: un justo perseguido por su condición de profeta valiente, que de parte de Dios anuncia y denuncia a un pueblo que no quiere oir sus palabras. Jeremías se da cuenta de los planes que están tramando los que le quieren ver callado. Y se dirige con confianza a Dios pidiendo su ayuda para que no prosperen los planes de sus enemigos: «a ti he encomendado mi causa, Señor Dios mío». El drama de Jeremías es estremecedor. La suya es una figura patética, por haber sido llamado por Dios para ser profeta en tiempos muy difíciles. Pero prevalece en él la confianza, como nos lo dice el salmo: «Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y sálvame, apoya al inocente, tú que sondeas el corazón, tú, el Dios justo». En estos días para nosotros cristianos la figura más impresionante es la de Jesús, que camina con decisión, aunque con sufrimiento, hacia el sacrificio de la cruz. Hoy lo vemos como el nuevo Jeremías. También él es perseguido, condenado a muerte por los que se escandalizan de su mensaje. Será también como cordero manso llevado al matadero. Si Jeremías pide «Señor, a ti me acojo», Jesús en la cruz grita: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Entre ambos hay una gran diferencia. Jeremías pedía a Dios que le vengara de sus enemigos. Jesús muere pidiendo a Dios que perdone a aquellos que lo han matado • AE



[1] cf. Lk 2:34.
[2] Jn 7:43.
[3] Id., v. 46.


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