La espiral del amor (VII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A)



Lo que el Señor pide hoy en el evangelio no es, digámoslo así, razonable. Lo humanamente razonable es pagar con la misma moneda. Ese es el fundamento del derecho o de nuestra discutible justicia: el que la hace, la paga. Pero es así que llegamos a la situación de violencia en la que vivimos, produciendo enemigos por todas partes. Por eso, si queremos salir de ese callejón sin salida, hemos de dejar nuestra razonable y prudente manera de actuar, para seguir la locura del evangelio, que es la locura de la cruz: dar la vida por amor a los que se la quitan. Amar al enemigo es salirse de la prudencia humana, de la razonable prudencia humana, para entrar en el ámbito de la prudencia de Cristo. ¿Qué nos pide Jesús? Frente al enemigo caben distintas actitudes. Podemos, por ejemplo, suponer que no es enemigo, por la sencilla razón de que nosotros no nos sentimos enemigos suyos. En ese supuesto, no haremos nada, dejaremos las cosas como están y, por consiguiente, dejaremos al enemigo en su situación. Es la actitud más cómoda. Pero es altamente peligrosa. Porque muy bien podría ocurrir que la razón de su enemistad estribe en la injusticia que le estamos infringiendo (somos culpables) o que están infringiendo los otros, en cuyo caso nos haríamos cómplices. Es la actitud de los egoístas, de los indiferentes, de los insolidarios. Otra posibilidad frente al enemigo es hacerle frente con sus mismos medios, pagarle con la misma moneda, violencia por violencia, odio por odio. En tal caso siempre saldrá vencedor el odio y todos seremos las víctimas. Es la actitud más generalizada, la más razonable, al parecer, la lógica. Es la lógica de todos los sistemas defensivos, la lógica de la carrera de armamentos, la lógica de los medios de disuasión, la lógica de la violencia y de la guerra. Muy lógica, ciertamente, pero absolutamente contraria al evangelio. La tercera actitud es la que Jesús nos invita hoy a considerar con calma y en silencio, la que hemos escuchado en el evangelio y conviene volver a escuchar y a leer una y otra vez. Amar al enemigo es hacer el bien al que nos hace mal, es poner la otra mejilla al que nos hiere en la una; pero es también no consentir con la injusticia del enemigo. Por eso no podemos estar siempre ofreciendo la otra mejilla, porque así nos iríamos haciendo cómplices de la injusticia y violencia del enemigo. Amar al enemigo es en realidad desarmarlo, liberarlo, rescatarlo, librarlo de su injusticia, recuperarlo para la justicia, ganarlo para la amistad, integrarlo en la espiral del amor. Y todo eso sin violencia, sin amenazas, sin odio, sin armas, sin recurrir a la fuerza, sino con la ternura y la paciencia del Señor. Pero también sin desmayar, sin contemporizar con su violencia y con su injusticia, sin abandonarlo a su suerte, sin desesperar en su capacidad para cambiar y volver al amor • AE

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