Una vigilancia de calidad (I Domingo de Adviento. Ciclo A)



H. Rousseau, La gitana dormida (La bohémienne endormie), 1897, óleo sobre tela,  
óleo sobre tela, Museo de Arte Moderno de Nueva York.
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Inicia el hermoso y apacible tiempo de Adviento. San Pablo nos habla, en la segunda de las lecturas, de ese salir del sueño que nos tiene aletargados, de hacer a un lado esa rutina que nos devora. En el evangelio el Señor es aún más radical: "Dos hombres estarán en el campo, al uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela. Estad preparados". En las mismas tareas, unos duermen y otros viven. Unos no se preparan para nada y otros están dispuestos. ¿Dispuestos a qué? Ésta llamada a la vigilancia es a una vigilancia de calidad, de interés y de poner verdadera atención a lo que tenemos entre manos. Nuestras costumbres (comer-televisión-auto), las tres grandes G (gozar-ganar y gastar), nuestras preocupaciones (ganar más, viajar), nuestros proyectos de ocio (el fin de semana, las vacaciones), ¿nos hacen realmente felices? “No tengo tiempo" es el grito de nuestra vida, y en medio de esa rutina el espíritu se va llenando de modorra. La vigilancia cristiana a la que nos invita la liturgia de éste domingo, el primero del Adviento es a incluir a Dios en todo. Cuando él está hacemos las mismas cosas pero con un interés más profundo, con una densidad distinta. "A uno se lo llevarán y al otro lo dejarán", dice el texto del evangelio. Los vigilantes se arraigan ya en lo eterno, los rutinarios se quedan en la superficie de las cosas y en cada momento corren el peligro de verse barridos. La verdadera vigilancia, lejos de quitar el gusto por las cosas de la vida, da el sabor de los comienzos, de los aprendizajes apasionantes. ¡Qué maravilla convertirse, a través de todo lo que uno vive, en una persona que se construye para la eternidad y que construye una parte de la humanidad eterna! ¿La anti-rutina? Reflexionar, recuperarse, no dejar que sea el reloj lo único que dicte nuestra vida, no dejarse atar por la agenda, por los automatismos, por el "siempre se ha hecho así", o peor: "todos hacen lo mismo". Los cristianos, cuando vivimos preparados, incluso en tensión, vivimos también enamorados y alegres, y visto cómo está el patio, ¡es lo mejor que podemos ofrecer a un mundo triste y desencantado![1] La alegría que los cristianos podemos ofrecer no es una musiquilla pegajosa, ni la vana apariencia de bienestar que da el despilfarrar dinero en compras inútiles. Para los cristianos se trata de la certeza de que viene su Señor, para salvar y también para premiar, o para castigar. Qué será de nosotros ante su venida dependerá de nuestras actitudes y compromisos. Si hemos amado y servido, si hemos promovido la justicia y buscado la paz, si hemos luchado por un mundo más justo, nada habremos de temer.Pero será distinta nuestra suerte si nos hemos dejado seducir por la vanidad y los lujos, olvidándonos de los pobres y de los pequeños, de los favoritos de Dios • AE


[1] A. Seve, El evangelio de los Domingos, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1984, p. 59 ss.


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