Pacientemente; día con día (XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C).



J.B. Gerloff, Los discupulos de Emaús, óleo sobre tela, 
Abadía de Kornelimünster (Aquisgrán, en Renania del Norte, Alemania.

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El evangelio de éste domingo, el penúltimo del tiempo ordinario, recoge las palabras de Jesús sobre las persecuciones y la tribulación que habremos de enfrentar con paciencia[1]. Apenas se habla de la paciencia en nuestros días y sin embargo pocas veces habrá sido tan necesaria como en estos momentos de crisis, de incertidumbre e incluso de frustración. Pero la paciencia de la que se habla en el evangelio no es una virtud propia del hombre fuerte y aguerrido, como en Platón o Aristóteles, sino más bien, la actitud serena de quien tiene el corazón puesto en un Dios sabio y fuerte que permite que la historia camine -a veces tan incomprensible para nosotros- con ternura y amor compasivos. Cuando el cristiano está animado por esta paciencia no se deja perturbar por tribulaciones y crisis, sino que mantiene con ánimo sereno. Su secreto está en la paciencia fuerte y fiel de ese Dios que, a pesar de tanta injusticia absurda y tanta contradicción, sigue su obra hasta cumplir sus promesas[2]. Al impaciente ciertamente la espera se le hace larga y por eso se crispa y se vuelve tan intolerante. Aunque aparece violento, agresivo y fuerte, en realidad es un hombre débil y sin raíces. Se agita mucho, pero construye poco; critica constantemente, pero apenas siembra nada; condena, pero no libera y termina en el desaliento, el cansancio y la resignación amarga. Ya no espera nada. Ya no espera en nadie. El hombre paciente no se deja llevar por la tristeza: contempla la vida con respeto y buen humor. Deja ser a los demás, no anticipa el juicio de Dios, no pretende imponer su propia justicia a su manera ni separar violentamente el trigo de la cizaña[3]. El hombre paciente lucha y combate día a día, precisamente porque vive animado por una esperanza[4]. La paciencia del creyente tiene sus raíces –profundas, fuertes- en ese Dios cercano y compañero de camino. A pesar de las injusticias que encontramos en nuestro camino y de los golpes que da la vida, a pesar de tanto sufrimiento absurdo o inútil, Dios sigue su obra[5]. En Él ponemos hoy toda nuestra esperanza y nuestra fe, y a poco de terminar el ciclo litúrgico e iniciar uno nuevo volteamos la mirada a María Santísima, a quien llamamos también “vida, dulzura y esperanza nuestra” • AE


[1] Curiosamente el término empleado por el evangelista (hypomone) significa entereza, aguante, perseverancia, capacidad de mantenerse firme ante las dificultades de la vida, paciencia activa.
[2] Cfr. Ne 9, 8.
[3] Cfr. Mt 13, 24-30.
[4] 1 Tim 4, 10.
[5] Cfr. J. A. Pagola, Sin perder la dirección. Escuchando a San Lucas. Comentario al Ciclo C, San  Sebastián, 1944, p. 123 ss.



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