Cara a cara con ella (Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, 2019)



Qué impresionante es El séptimo sello de Ingmar Bergman, la película que cuenta la historia del hombre aquel que regresa de las cruzadas hundido, amargado por la experiencia de la guerra y las calamidades sufridas, y para colmo de todo en un momento se le aparece la muerte, en una figura negra y espigada, y lo invita a jugar al ajedrez donde aquel hombre inventa nuevas jugadas para ir retrasando el jaque-mate que la muerte le tiene preparado. Y es que el hombre no quiere morir, ni siquiera pensar en que tiene que morir. Con todo los medios que disponemos, hoy más que nunca, tratamos de retrasar lo más posible su llegada; así nos evadimos y evitamos pensar en su llegada. Pero la muerte es una realidad que va creciendo en nosotros y nos pasa aquello que decía Pablo a los cristianos de Tesalónica: “os estáis entristeciendo como  los hombres que no tienen esperanza”. Los textos de la liturgia de éste día, la conmemoración de todos los fieles difuntos, nos presentan  un espléndido horizonte de luz. La Palabra de Dios, sin negar esa realidad descrita, abre ventanas y realidades ulteriores. Así, comienza por colocar en el centro, como causa y razón de esa visión de luz y esperanza, el hecho de la Muerte y Resurrección de Cristo, la cual ocurrió “propter nos homines y propter nostram salutem”, como decimos en el Credo. Luego nos recuerda que “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección”[1], y que “Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos”. Y desde luego las hermosísimas palabras del libro de La Sabiduría: «La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que morían, consideraban su tránsito una desgracia (…) pero ellos están en paz»[2]. Eso es lo que tanto buscan nuestra mente y nuestro corazón: estar en paz. Alejandro Casona escribió un poema dramático sobre la muerte y la encarnó en una dama dulce, blanca y bellísima. La llamó «la dama del alba». Pienso que es una hermosa alegoría de la hermana muerte, como le gustaba llamarla nuestro padre San Francisco, y es que la muerte en Cristo lleva al cristiano al alba de un día que no termina, justo por eso –así lo creo- el prefacio de la Misa lo dice así: “Porque para los que creemos en ti, la vida no termina, sino que se transforma, y al deshacerse esta morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” • AE


[1] Cfr. 1 Cor 15, 21.
[2] Cfr. 3, 2-5.

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