Granujas y todo, pero perdonados (XXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C)



Dios ama a los pecadores. No sólo a los pecadores arrepentidos, lo que sería en cierto  modo comprensible para nosotros, sino también a los pecadores antes de su conversión; es  decir, Dios ama a los granujas, a los indeseables, a los perdidos, no porque sean lo que  han llegado a ser por su culpa sino para que sean lo que deben ser con la ayuda de la gracia: una criatura nueva. El amor de Dios lleva siempre la iniciativa. El que lo hizo todo de la nada y llamó a la existencia a lo que no era, llama a los  pecadores para que sean sus hijos. Es la misma fuerza –por poner un ejemplo muy concreto y muy tangible- que tira por el suelo a Saulo camino de Damasco y hace del perseguidor un apóstol. Si Dios ama a los pecadores, esto quiere decir que su misericordia es infinita y su amor  no tiene fronteras. Por lo tanto, nadie puede exiliarse del amor de Dios ni huir tanto y tan deprisa que no sea alcanzado por su misericordia. Por eso no hay para Dios un hombre  absolutamente perdido, por eso hay para el hombre siempre una posibilidad que no es del  hombre: el amor que Dios le tiene. Cuando uno pierde una moneda hasta el extremo de  olvidar que la ha perdido, ya no puede encontrarla. Pero Dios no pierde nunca de esta  manera a los pecadores, porque no los olvida ni los echa de su corazón. De ahí que Jesús  lo compare a una mujer que echa en falta su moneda, y barre toda la casa, y la encuentra, y se adorna con ella la cabeza, y llama a las vecinas y comparte su gozo. El perdón es un triunfo del amor de Dios. A los hombres nos cuesta mucho perdonar  porque no amamos a los que nos ofenden, por eso necesitamos enfrentarnos con nosotros  mismos: reprimir el instinto natural de venganza y dejar que pase el tiempo para poder  olvidar, y si al fin conseguimos cambiar de actitud, esto ha sido una victoria sobre  nosotros mismos. Dios no perdona como los hombres, pues ama a los pecadores y no  necesita pasar de la venganza a la misericordia. Dios perdona gozosamente. Jesús describe en las parábolas el inmenso gozo del  perdón de Dios. Lo compara al gozo del pastor que carga con la oveja perdida, al gozo de  la mujer que encuentra su moneda y, sobre todo, al de un padre que recupera a su propio  hijo. En esta última parábola contrasta el gozo del padre que perdona con la actitud del  hermano que no sabe perdonar y, en consecuencia, no quiere entrar en la fiesta. El motivo  de tanta alegría en el cielo, de tanto gozo, es la conversión del pecador y su vuelta a la  vida. La invitación de hoy es a perdonar como hemos sido perdonados: gozosamente • AE

No hay comentarios:

Publicar un comentario