La habilidad de la humildad (XXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C)



Caravaggio, Los discípulos de Emaús (1606), óleo sobre tela, 
Pinacoteca di Brera (Milán). 
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Con el paso de los años y las descalabradas que nos regala la vida misma quizá ya nos vamos con un poco más de cuidado en los grandes eventos y disimulamos mejor las ganas de llamar la atención y se note lo importantes que somos, sin embargo esto no es garantía de que nos hayamos curado de esta enfermedad de la que el Señor habla en el evangelio de este domingo, el vigésimo segundo del Tiempo Ordinario[1]. A todos nos gusta que nos digan lo que hemos hecho bien, que sobresalga que tenemos tal o cual habilidad. En realidad no es malo que nos guste quedar bien y ser valorados y apreciados al fin y al cabo somos personas que viven en común y mutuamente debemos ayudarnos a vivir, y darnos también estímulos y alegrías. El problema viene cuando buscamos situarnos por encima de los demás, cuando las ganas de hacerse ver, de escalar puestos, de dominar, se nos van de las manos. Las palabras del Señor este domingo son un consejo y una invitación a vivir más felices y menos complicados. Pero Jesús va más allá, porque nos advierte que hay una felicidad honda, más profunda: la [felicidad] que viene de la amistad con Él y del hecho de acercarse a  nuestra debilidad. Jesús nos invita a hacer lo mismo con los demás. Si ponemos los ojos más allá de nuestra familia, de los amigos o de aquellos que podrían algo por nosotros  y miramos hacia los que tienen menos, o nada, a los que el mundo desprecia, y compartimos con ellos algo de lo que tenemos ahí estamos actuando con el espíritu de Cristo. El auténtico. Hoy podríamos pedirle al Espíritu de Dios su ayuda para ir por la vida no como Mariquita la sabihonda, pisoteando a los demás y buscando el aplauso y el reconocimiento, sino compartiendo y buscando servir. Uno de los momentos más entrañables en la vida del Señor es el encuentro con aquellos dos que van camino de Emaús en el día de la resurrección. Jesús les sale al paso y no sólo los consuela, caldeando su corazón con la Escritura y su presencia, sino que también comparte la mesa con ellos. En la celebración de la eucaristía, domingo tras domingo Él vuelve a hacer lo mismo con nosotros, la (gran y urgente) pregunta es qué vamos a hacer nosotros con los demás • AE


[1] XXII Domingo del Tiempo Ordinario. PRIMERA LECTURA: Eclesiástico (Sirácide) 3, 19-21. 30-31; SALMO RESPONSORIAL: Salmo 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11; SEGUNDA LECTURA: Hebreos 12, 18-19. 22-24; EVANGELIO: Lucas 14, 1. 7-14.

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