El Dios que sonríe y nos hace sonreír (Solemnidad de la Santísima Trinidad 2019)



Meister Eckhart explicaba a los novicios de la orden dominicana el misterio de la Santísima Trinidad de una manera maravillosa: «Hablando en hipérbole, cuando el Padre ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor, y ese amor da origen a las personas de la Trinidad, una de las cuales es el Espíritu Santo»[1]. Desde luego que estas metáforas no sirven del todo para explicar racionalmente el misterio del Dios uno y trino, pero nos dan una imagen del Dios en quien creemos muy distinta de la que habitualmente está en nuestra mente: el famoso triángulo trinitario y los fríos conceptos, tomados de la filosofía griega, de naturaleza, persona, relación etc. El nuestro es un Dios cuyo misterio se refleja en vivencias humanas como las de la risa, el gozo y el amor que nos resultan más entrañables que los rígidos e intelectuales conceptos escolásticos. Sobre estas líneas está uno de los más famosos iconos de la Iglesia oriental. Es de mediados del siglo XV, atribuido a Andrei Rublev y que se conserva en Moscú. Está inspirado en un pasaje del libro del Génesis, el que narra el momento en el que Dios se releva a Abrahám[2]. Es un relato deliciosamente primitivo, en el que se mezclan el único Dios y los tres caminantes que se acercan a Abrahám y le acaban prometiendo el hijo deseado. La Trinidad ha tenido una gran influencia en la espiritualidad rusa. Como dice Pavel Florensjkij:«La Trinidad se ha entendido siempre, y todavía se la entiende así, como el corazón de Rusia: a la hostilidad y el odio reinantes venía a contraponerse el amor recíproco, desbordante del eterno y silencioso coloquio, en la eterna unidad de las esferas eternas». O como decía Congar: «Tal vez la mayor desgracia del catolicismo moderno es haberse convertido en teología y catequesis sobre el "en sí" de Dios, sin insistir al mismo tiempo sobre la dimensión que todo ello encierra para el hombre». Es verdad: hemos reducido el dogma de la Trinidad a un misterio que nos habla del incomprensible «en sí» de Dios y hemos perdido de vista el «en sí» del hombre que, al mismo tiempo, se nos manifiesta. Porque Jesús no es sólo la revelación del «Dios, a quien nadie ha visto jamás», sino, también, la revelación del misterio del hombre que no comprendemos. Dios está presente por su Espíritu en todo; cada ser vivo existe en esa fuente de vida que es el mismo Dios. El Espíritu de Dios ha sido derramado y renueva la faz de la tierra. Esta visión de la creación, como reflejo de la vida íntima de Dios, hace al hombre más inmerso en la creación, crea en él una actitud más de admiración que de dominio. Es lo que expresa también el salmo de hoy: «¡Qué admirable es el nombre y la presencia de Dios en toda la tierra!»[3]. Es lo que reflejaban también el canto de las criaturas de Francisco de Asís y «las montañas y los valles solitarios, nemorosos» de san Juan de la Cruz[4]. Por eso tenemos que volver a la risa, al placer, al gozo y al amor de Dios, o al viejo icono ruso, para comprender al hombre y su relación con el mundo[5]. Allí, en nuestra antigua sabiduría podemos encontrar también reflejado el misterio de la Trinidad, el misterio más íntimo de Dios, el misterio del hombre, el mismo misterio del mundo AE


[1] Eckhart de Hochheim (Turingia, c. 1260 – c. 1328), es llamado Meister en reconocimiento a los títulos académicos obtenidos durante su estancia en la Universidad de París. Fue maestro de teología en París en diversos períodos y ocupó varios cargos de gobierno en su Orden, mostrándose especialmente eficiente en su asistencia espiritual a la rama femenina dominica. Fue el primer teólogo de la Universidad de París en ser sometido a un proceso por sospecha de herejía. Condenadas algunas proposiciones de su obra por Juan XXII, fue rehabilitado por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1992.
[2] «Junto al encinar de Mambré, mientras estaba sentado a la puerta de su tienda, porque hacía calor. Abrahán alzó la vista, vio a tres hombres de pie frente a él y les dijo: «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo». (Gen 18,2).
[3] Sal 8.
[4] San Juan de la Cruz, Cántico espiritual. Canciones entre el alma y el esposo. 
[5] J. Gafo, Dios a la vista. Homilías sobre el ciclo C, Madrid, 1994, p. 183 ss.


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