La señal de los Cristianos (V Domingo de Pascua.Ciclo c)



Tenemos revistas de amor, canciones de amor, películas de amor, citas de amor, cartas de amor, pero, ¿Qué es el amor? ¿cómo se vive y se alimenta el amor? Cualquier observador de nuestra sociedad sabe que tantas cosas a las que se llama hoy amor no son en realidad sino otras tantas formas de desintegrar el verdadero amor. Hay quienes llaman amor al contacto fugaz y trivial de dos personas que se disfrutan mutuamente pero que están vacías de generosidad y de compromiso.  Para otros, amor no es sino una hábil manera de someter a otro a sus intereses ocultos y sus satisfacciones egoístas. No pocos creen vivir el amor cuando sólo buscan en realidad un refugio y un remedio para una sensación de soledad que, de otro modo, les resultaría insoportable. Bastantes creen encontrar el amor en una relación satisfactoria donde la mutua tolerancia y el intercambio de satisfacciones los une frente a un mundo hostil y amenazador. Pero en esta sociedad donde se corre con frecuencia tras ese ideal descrito por A. Huxley del hombre bien alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho y con posibilidad de divertirse intensamente, son ya bastante los que experimentan lo que St. Exupery pone en boca del Principito: «Los hombres compran cosas hechas a los mercaderes. Pero, como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos». Si queremos volver a vivir y a sentir, hemos de escuchar las palabras de Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros»[1]. Los cristianos estamos llamados a distinguirnos no por un saber particular, ni por la observancia de unos ritos o unas leyes. Nuestra verdadera identidad se basa en nuestra manera particular de amar, por que vivimos con un amor desinteresado, que sabe acoger y ponerse al servicio del otro, sin límites ni discriminaciones; porque tenemos un amor que sabe afirmar la vida, el crecimiento, la libertad y la felicidad de los demás. Esta es la tarea gozosa: del creyente en esta sociedad donde se falsifica tanto el amor desarrollar nuestra capacidad de amar siguiendo el estilo de Jesús. El que se adentre por este camino descubrirá que sólo el amor hace que la vida merezca ser vivida y que sólo desde el verdadero amor es posible experimentar la gran alegría de vivir. Lo demás, son espejismos, llamaradas de petate, que decía mi nana Chuy • AE


[1] Jn 13, 31-33; 34-35.

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