¡Este es el día en que actuó el Señor! (Domingo de Pascua 2019)



Taller de Rogier van der Weyden, Cristo se aparece a su Madre, (s. XV), 
óleo sobre madera, National Gallery (Londres).
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Este es el día que hizo el Señor! Así canta llena de gozo la liturgia de la Iglesia en la mañana de Pascua[1]. Este es el día de triunfo, de gloria, de promesas cumplidas. Es Domingo de Pascua, es el día que hizo el Señor, es el día de los cristianos. Este día irrumpe sin que nada ni nadie pueda detenerlo para que, como decía San Pablo, no seamos los más miserables de los hombres ni sea vana nuestra fe[2]. El sepulcro vacío, sin cadáver, es una llamada a la esperanza, porque el Dios cristiano no es un Dios de muertos, sino de vivos[3], es un Dios que nos quiere felices que quiere que los hombres seamos hombres de verdad, capaces de comprender a los demás, de compartir con todos la alegría y el dolor, la escasez y la abundancia, los proyectos y las decepciones; un Dios que quiere que vivamos en una libertad porque Él murió y vivió precisamente para que seamos libres, con una libertad como nada ni nadie puede darnos, fundamentada en la verdad[4]. Triste es el espectáculo de un cristianismo duro, aburrido, intolerante y hasta cruel que tanta veces hemos dado. Hoy es un día de buenas y alegres noticias, de esas que tanto necesita el mundo; hoy es el día para recordar que Él camina con nosotros en el día a día. ¡Este es el día que hizo el Señor! Un día que no se termina cuando terminamos de cantar el Gloria y el Aleluya en la liturgia, un día que se repite domingo tras domingo, un día que nos llama a ser testigos. Sí: testigos. La resurrección necesitó de ellos en su momento; los necesita hoy también: los cristianos. Cristianos alegres y entusiasmados que dan su mejor esfuerzo y su mejor testimonio. Y no olvidemos a María. Si el mundo tiene esperanza, es porque una mujer dijo sí. El fiat de María nos trajo la redención, la esperanza gozosa de que nada está perdido, que Jesucristo vive para siempre[5] • AE


[1] Cfr. Salmo 117.
[2] Cfr. 1 Cor 15, 14.
[3] Cfr. Lc 20, 38.
[4] Cfr. Jn 10, 10.
[5] Ana M. Cortés, Dabar 1993, n. 24.


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