El tamaño de la mota, el tamaño del corazón (VIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C)



Las palabras del Señor éste domingo, el último antes de iniciar el tiempo de Cuaresma, nos ponen delante de un asunto cotidiano y que requiere atención: vemos fácilmente los defectos ajenos y por el contrario somos miopes para ver los propios. Aun más. Podríamos decir que a Jesús no le interesa tanto la ponderación de si lo que yo tengo en mi ojo es una viga o una mota, mayor o menor que la que hay existe en el ojo del hermano, Jesús afirma que en realidad lo que hay que hacer es sacar primero la viga del propio ojo, porque «entonces verás claro y podrás sacar la mota del ajeno». Inútiles son pues las comparaciones entre vigas y motas, lo que importa es entender cómo nos podemos ayudar los unos a los otros para que nuestros ojos y nuestro corazón sean más claros, más bondadosos y estén más en la verdad. De alguna manera llegamos a la bienaventuranza de los limpios de corazón, la que habla de los que saben ver la verdad y la autenticidad que existen en los demás y en uno mismo. Es por eso que el Señor habla de la bondad que se almacena en el corazón. Para Jesús el problema no está en la vista, ni en la boca que expresa lo que ven los ojos; sino en el corazón. En la primera de las lecturas de hoy se habla de lo importante que es en el hombre razonar y hablar; para Jesús lo esencial es el buen sentir, el buen amar. Este es el gran reto que nos plantea el evangelio de hoy, y la invitación es a imitar a un Dios que ama al hombre siempre, por encima y más allá de sus méritos y de sus estrepitosas caídas; a reparar nuestro corazón a veces tan marcado por los complejos, las envidias y ese profundo deseo de autoafirmación. Karl Rahner, en uno de sus mejores textos, dice algo así como: «Mira, Señor, ahí está el otro, con el que no me entiendo. Él te pertenece; tú le has creado. Si tú no le has querido así, al menos le has dejado ser como es. Mira, Dios mío, si tú le soportas, le quiero yo aguantar y soportar, como tú me soportas y aguantas»[1]. Hoy podríamos pedir al Señor que nos vaya cambiando el corazón, que nos lo vaya haciendo «bueno del todo», justo como el suyo[2]. Quizá entonces y solo entonces podríamos ver con amor la mota o la viga, la verdad del hermano • AE


[1] Karl Rahner S.J. (1904 –1984) fue uno de los teólogos católicos más importantes del siglo XX. Su teología influyó al Segundo Concilio Vaticano. Su obra Fundamentos de la fe cristiana (Grundkurs des Glaubens), escrita hacia el final de su vida, es su trabajo más desarrollado y sistemático, la mayor parte del cual fue publicado en forma de ensayos teológicos. Rahner había trabajado junto a Yves Congar, Henri de Lubac y Marie-Dominique Chenu, teólogos asociados a una escuela de pensamiento emergente denominada Nouvelle Théologie.
[2] J. Gafo, Dios a la vista. Homilías ciclo C, Madrid, 1994, p. 227 ss.



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