Barro y gracia, oro y estiércol (VII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C)



Nos regimos por la ley del eco: si mi prójimo es amable y servicial entonces recibe de mi parte el correspondiente eco de amabilidad y servicio, pero si perturba mi paz o amenaza mis intereses entonces exijo voz en grito mis derechos y deberes. ¿Es posible seguir  así después de oír el Sermón de la montaña? Jesucristo murió por todos: por el otro: por el odioso, el antipático, el molesto, el agnóstico e incluso por el pedófilo. Por todos. Hoy más que nunca estamos llamados a vivir ésa caballerosidad del amor -de la que tanto hablaba Pèguy- e incluso a ir más allá.  ¿Cómo puedo llegar a amar a un enemigo? "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" [1]. Estas palabras sólo se pueden pronunciar cuando en todos los que rodean su cruz ve hijos pródigos y equivocados. Jesús atraviesa con su mirada la capa externa de estiércol y ve lo que hay en el fondo de casa uno. Sólo él ve las intenciones del corazón. Si conociéramos el verdadero fondo de todo tendríamos compasión hasta de las estrellas (Graham Greene). Cuando Juan XXIII visitó a los criminales en la cárcel, los saludó con estas palabras: "mis buenos hijos y queridos hermanos, hijos de Dios". Y el Santo Padre Francisco lo mismo. El amor al prójimo no reside en un acto de la voluntad, con el que intento reprimir todos mis sentimientos de odio, sino que se basa en una gracia: en que se me dan unos nuevos ojos para ver al prójimo. Todos los desgraciados, amargados y malos a nuestro alrededor esperan esta mirada nueva de discípulo de Jesús, exactamente como cada uno de nosotros la espera: todos tienen nostalgia de esos nuevos ojos que son una gracia y que hace de los publicanos y las prostitutas hijos e hijas de Dios. Esta filiación hay que creerla, del mismo modo que tiene que ser creído el Padre de tales hijos. Hoy con la eucaristía podríamos pedir al Señor unos ojos nuevos para ver a los demás como hijos pródigos, y la voluntad para tender puentes –que no levantar muros-  y que así el amor venza al odio, la venganza deje paso a la indulgencia y la discordia se convierta en amor mutuo[2] • AE

[1] Cfr. Lc 23, 34.
[2] Misal Romano, Plegaria Eucarística II, sobre la reconciliación. 



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