¡Frutos! (Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, 2019)



Celebramos en esta fiesta la asombrosa cercanía de lo humano y lo divino, tal como se dio en esta mujer sencilla, la doncella de Nazaret, en su vientre, y en  todo su espíritu. Dios se entrañó en María, y María quedó impregnada para siempre de Dios. A la vez que la madre alimentaba al hijo que llevaba en las entrañas, estaba siendo ella alimentada por el Espíritu del propio Hijo. María preparaba al hijo un vestido de carne, pero el hijo le bordaba a ella un vestido de divinidad. Hoy contemplamos el misterio de la simbiosis entre Dios y ella; simbiosis progresiva que no dura sólo nueve meses sino toda su vida. María fue madre de Dios por los meses de gestación y lactancia y porque con el paso de los años, mientras guardaba las cosas en su corazón, se iba ella alimentando de la palabra y del Espíritu de su Hijo[1]. Y como todos y cada uno de los misterios de la Virgen, también éste es motivo de esperanza para nosotros. La maternidad divina de María no es gracia exclusiva, sino gracia para todos en la Iglesia. También nosotros podemos llegar a esa misteriosa cercanía y simbiosis con Dios, a una relación profunda con Él. Lo dijo el mismo Jesús en el evangelio: «Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la hacen»[2]. La invitación de hoy, primer día del año es a tomar la decisión de empezar una relación profunda con Dios, a escuchar y acoger su Palabra, a hacerla crecer con las obras y a pesar de las caídas; a poner delante de él los frutos que vayan madurando en el árbol de nuestra vida, dejando todo nuestro ser a su disposición y servicio, como la Virgen Santísima. Y que María, la hermosísima Theotokos[3], la Madre de Dios, nos enseñe a vivir cercanos a Él •



[1] Cfr Lc 2, 19.
[2] Lc 8, 21.
[3] Theotokos (en griego antiguo, Θεοτόκος, en latín, Deīpara o Deī genetrix) es una palabra griega que significa Madre de Dios (literalmente, 'la que dio a luz a Dios'). Su equivalente en español, vía latín, es Deípara. Theotokos es el título que la Iglesia cristiana temprana le dio a María en referencia a su maternidad divina, título que se definió dogmáticamente en el Concilio de Éfeso de 431.

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