En el camino con la Virgen (Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María 2018)


Después de que el hombre y la mujer comieron del fruto del árbol prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le preguntó: "¿Dónde estás?" Éste le respondió: "Oí tus pasos en el jardín; tuve miedo, porque estoy desnudo, y me escondí". Así comienza el relato del libro del Génesis en la primera de las lecturas en esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Dios aparece y el hombre no se deja encontrar y diera la impresión de que tampoco desea mucho el diálogo. El resto de la historia la conocemos muy bien, sin embargo y para nuestra fortuna, existe una criatura que se deja encontrar y que responde a aquella primera y comprometida pregunta que aún resuena en el aire. Esa  criatura es María, la Virgen madre de Dios.  "Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mi lo que me has dicho"[1]. Dios encontró a alguien que dijo con todo su ser, una criatura dispuesta a recibir, antes incluso que a dar. Una criatura libre de preocupaciones egoístas, vaciada de sí misma, que ha desterrado el orgullo, repudiado el amor propio, y se ha convertido en pura acogida. No es una criatura vacía, sino una criatura que ha sabido hacer el vacío. María es aquella que ha permitido a Dios hacer. Muchas veces nos obsesionamos por saber lo que debemos hacer delante de Dios. La Virgen entendió que lo primero que debe hacer un creyente es dejar hacer a Dios; dejarse hacer por él, ser tomada por él, abandonarse al poder de su Espíritu. El final de la conversación entre la Virgen y el ángel no es un final, digamos, especialmente alegre. En todo caso es uno fatigoso y comprometido inicio. María queda sola. Ya no habrá ninguna comunicación extraordinaria. Ningún mensaje que le dé garantías y elimine las dudas. Debe hacer el camino con la ayuda de la propia fe, como nosotros, y no con la asistencia especial del ángel. Muchos por qué habrá en la vida de la Virgen. Y deberá llegar a la luz a través de las tinieblas más espesas, no a través de las respuestas más aseguradoras. El ángel cumplió su misión y terminó de hablar. De ahora en adelante la Virgen tendrá que preguntar a los aconteceres de cada día para saber algo. Como todos nosotros. El abandono confiado llega antes que el razonamiento. La acogida precede a la investigación. Se conoce el camino recorriéndolo. Se encuentra la verdad haciéndola. Que la Virgen María nos conceda ésta tarde responder con prontitud y con amor a las preguntas que nos hace Dios, a buscarlo con todo el corazón, y a ser obedientes, como lo fue ella • AE[2].


[1] Lc 1, 36.
[2] A. Pronzato, El Pan del Domingo. Ciclo B. Edit. Sígueme, Salamanca 1987, p. 274.


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