Cara a cara con Él (Solemnidad de Todos los Santos, 2018)



La liturgia de la Iglesia celebra este primer día de Noviembre a la gran multitud de aquellos que durante su vida decidieron siguieron a Cristo y que ahora, más allá de la muerte, entonan sin cesar un cántico de su felicidad. Todos los santos son originales. No nacieron impecables, desde luego, pero creyeron en la originalidad de Dios, que promete su Reino a los desvalidos y a los humildes. Los santos son originales, porque fueron hombres y mujeres que caminaron al revés, y es que las Bienaventuranzas –las escucharemos hoy en el evangelio- no tienen otra finalidad que volver del revés el mundo. Hoy recordamos a los santos conocidos, “los taquilleros”, que diría mi señor cura Donato, pero también están todos los demás, los que nunca serán canonizados por la Iglesia ¡Y qué importa! El caso es que su santidad está precisamente en haber creído en el Amor y muchas veces en silencio y sin brillo. A contracorriente ellos reinventaron el amor aquí en la tierra y dieron testimonio de un mundo nuevo. Con ésta alegre solemnidad celebramos la bienaventuranza de la santidad. Bienaventuranza del que perdona sin alimentar rencores, del que absuelve sin escuchar el alegato, del que sonríe a la vida, incluso cuando el día pinta difícil y complicado. Hoy celebramos la bienaventuranza de los corazones puros, cuyos cristales no están empañados por la contaminación del mundo. Hoy podríamos pedirle al Señor una mirada limpia y un corazón sincero para percibir el amor con el que Él nos ama, y que lo dejemos hacer. La santidad se conoce en el rostro transparente, desbordante de la paz que brota del corazón del hombre y la mujer enamorado de su Creador. "Cuando veamos al Señor, seremos semejantes a él" escucharemos en la plegaria eucarística. La santidad es justo eso: mirar a Dios y dejarnos mirar por Él  • AE

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