Alegrarnos por y con los demás (XXVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B)



No era de los nuestros", se titulaba una novela de Cadellans. "No es de los nuestros", es el origen de guetos, discriminaciones e intolerancias, de fascismos y de opresión. Es el signo de una absurda y destructora soberbia humana, por la que el hombre pretende ocupar el lugar de Dios y da por condenado a quien no se somete a sus pautas, no bebe de su espíritu o no se acomoda a su saber y entender. "No es de los nuestros" es un veneno que mata poco a poco. El Señor vino a reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos y quizá sus discípulos estamos dispersando a los hijos de Dios que la Fe congrega.  Moisés, lo entendió bien “¿Quién soy yo para controlar y manipular el Espíritu? ¡Ojala todo el pueblo recibiera el Espíritu del Señor y profetizara!” La clave es Jesús, y no un hombre sabio, carismático u organizador(1). El auténtico hombre de Dios es abierto, generoso, de ideas amplias. No se empecina solamente en lo suyo –si bien lo considera auténtico-, sino que es capaz de valorar cuanto hay de auténtico en los demás; no se ahoga en nombres y etiquetas –católico, cristiano, ortodoxo-, sino que trata de descubrir el espíritu que está por dentro de la cosa. Si el Espíritu de Dios tiene tal generosidad, no pretendamos encerrarlo en un esquema determinado. Nosotros, por ejemplo, tenemos una forma occidental de comprender a Dios y a Jesucristo; pero reconozcamos que puede haber formas asiáticas, africanas o americanas. De la misma manera, otras filosofías y religiones pueden aportarnos mucho para comprender no sólo el sentido de la vida, sino hasta el mismo espíritu del Evangelio. Dios no es propiedad privada de los cristianos; Él está por encima de nuestras categorías y divisiones. Su amor rebasa nuestros estrechos límites y conceptos. Su manera de obrar es más eficaz que nuestros calculados métodos. Hoy podríamos pedirle al Señor en nuestra conversación con Él que nos regale un corazón suficientemente grande para alegrarnos de que se haga el bien y de que prosperen las iniciativas buenas, aunque no se nos hayan ocurrido a nosotros, aplaudir los éxitos de los demás, y reconocer que no siempre tenemos nosotros toda la razón. Siguiendo el ejemplo de aquel Juan el Bautista, el Precursor, que tuvo como lema: "Que él crezca y yo disminuya" • AE


[1] M. Flamarique Valerdi, Escrutad las Escrituras. Reflexiones sobre el Ciclo B, Ed. Desclee de Brouwer, Bilbao 1990, p. 163 y ss.


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