Descanso y equilibrio (XVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B).



Al vivir cada vez más metidos en esta sociedad de la eficacia, estamos perdiendo la capacidad para de celebrar y de disfrutar hondamente de la vida. Hemos logrado, sí, mejores condiciones de vida, pero luego no sabemos qué hacer con ella o cómo disfrutarla. Durante los meses del verano muchos suspenden temporalmente el trabajo, la tensión y la presión de la actividad y buscan el equilibrio psicológico, la distensión física y nuevas fuerzas para el trabajo, pero muchas veces sin una referencia al espíritu, a la celebración litúrgica, a un descanso reparador del alma. Las vacaciones se convierten entonces en tiempo libre, placer y en algunos momentos profundos excesos, volviendo literalmente reventados de cansancio de lo que se esperaba fuese un tiempo de paz. Las cosas hay que replantearlas mejor. Hombres y mujeres no somos máquinas, ni nos hace “mantenimiento”, sino más bien un tiempo constante, anual, semestral quizá, para encontrarnos con nosotros mismos y redescubrir de dónde están tomando agua las raíces que sostienen y alimentan el árbol de nuestra vida. Por eso el descanso verdadero no es ni debe ser tiempo muerto, o placer vacío, o repliegue egoísta sobre uno mismo, sino más bien re-creación, momentos de silencio, caminatas, ratos de lectura, de deporte, de conversación, de arte; espacios que nos llenen de vida, de luz y de amor. El problema, cuando logramos salir de la rutina, es que no logramos detenernos, ni encontrarnos con nuestro interior. Mucho menos guardar silencio. Y si no hay silencio, hermano mío, hermana mía, si no bajamos la velocidad, si no aprendemos a escuchar, las vacaciones se convierten en una huida alocada, y el descanso termina siendo un esfuerzo vano por llenar el vacío interior con experiencias nuevas, estimulantes y cada vez más fuertes que desembocan en el puerto gris del aburrimiento, ese lugar donde uno mismo es la causa de su propio tedio. Ya lo decía Pascal: «toda la desgracia de los seres humanos procede de una sola cosa, que es no saber permanecer en paz dentro de una habitación»[1]. Las vacaciones engendran tedio y se vuelven insoportables cuando no sabemos abrirnos hacia lo mejor que hay en nuestro interior, cuando no hay una comunicación con Él que, es fuente de vida y de libertad[2]. La meditación apacigua la máquina del deseo y estimula a gozar de lo que se tiene. Porque todo, cualquier cosa, está ahí para nuestro crecimiento y regocijo. Tanto más deseemos y acumulemos, tanto más nos alejamos de la fuente de la dicha. ¡Párate! ¡Mira!, eso es lo que escucho en la meditación. Y si secundo estos imperativos y, efectivamente, me paro y miro, ¡ah! Entonces surge el milagro[3]. Que en estos días del verano sepamos escuchar en medio de nuestras vacaciones las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Vengan conmigo a un lugar solitario para que descansen un poco”[4] • AE


[1] Blaise Pascal fue un polímata, matemático, físico, filósofo cristiano y escritor francés. Sus contribuciones a la matemática y a la historia natural fueron muy valiosas. Después de una experiencia religiosa profunda en 1654, Pascal se dedicó también a la filosofía y a la teología.
[2] J.A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra, 1985, p. 211 ss.
[3] P. D´Ors, Biografía del Silencio, Siruela, Madrid, 2012, p. 51.
[4] Mc 6, 30-34.

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