A la espera de tu venida.


Qué es el Adviento? ¿Una simple espera? ¿Un dejar que el tiempo corra, hasta que llegue el momento en que algo ha de ocurrir? Entre nosotros los cristianos ¿Un simple aguardar la llegada del Señor? El Adviento es más, mucho más. Es una espera vigilante. Por más que estemos seguros de que el Señor vendrá, no sabemos el día ni la hora, por tanto ¿cómo conseguir que su llegada no nos encuentre dormidos? No vale encargar a otro que nos avise; ni jugarnos la salvación a la ruleta rusa de estar alguna que otra vez despiertos, es preciso mantenernos alerta, llena de aceite y siempre encendida nuestra lámpara. Velen y estén preparados, dice el Señor este domingo, el primero de Adviento[1]. Velar es, digámoslo así, la única garantía de que recibiremos en pleno rostro la caricia de la llegada salvadora del Señor. Eso: la caricia de la llegada salvadora del Señor. Y además la espera no puede ser una espera vacía. No podemos contentarnos con matar el tiempo. La vida hay que gastarla, llenarla, emplearla, ¡Iglesia en salida, como tanto le gusta repetir al Santo Padre Francisco! Dios no vendrá a traernos, llovido del cielo, un mundo maravilloso pero totalmente desconectado de éste; un mundo en el que nada hayamos tenido nosotros que poner. Ese mundo que esperamos hunde sus raíces en éste hemos de irlo construyendo desde aquí, desde ahora. La certeza de que el Señor vendrá, no exime al cristiano de sus obligaciones de ciudadano del mundo[2]. Nuestra espera pues ha de estar activa, y también ilusionada. Porque lo esperamos todo de ese Señor que viene. La visión de nuestra pobreza y al mismo tiempo la certeza de que en Jesús está nuestra única riqueza hace que nazca en nosotros un deseo profundo: Danos vida para que invoquemos tu nombre[3]. Se trata pues de una espera en la que hay limitaciones y sombras -¡quién no las tiene!- pero llena al mismo tiempo de certezas y de una confianza grande en la promesa del Señor que nos escucha cuando le decimos, llenos de fe, junto con el profeta: Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo los montes con tu presencia[4] • AE



[1] Mc 13, 33-37.
[2] J. Guillen García, Al hilo de la Palabra. Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B, Granada, 1993, p. 10 ss.
[3] Sal 79.
[4] Is 63, 16-17; 19; 64, 2-7.

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