Gratitud


Pieter Brueghel El Jóven, Primavera, (1620) 
óleo sobre madera, colección de  Sotheby's (New York)

Tanto la hermosísima Canción de la viña del libro de Isaías que escuchamos en la primera de las lecturas como la parábola del evangelio [tradicionalmente llamada de los viñadores homicidas] [!][1] nos ayudan a comprender que, al final, todo lo que tenemos lo hemos recibido, que hemos sido amorosamente creados y cuidados por Dios y que se nos han dado talentos y posibilidades que debemos usar alegre y con generosidad. Y la verdad es que a veces nuestra respuesta a esos regalos ha sido deficiente, desagradecida e incluso rebelde. La parábola nos ayuda a profundizar aún más en el regalo que es la vida. Más que nunca estamos muy necesitados de captar con el corazón que todo lo debemos a la generosidad de Dios, que no somos ni independientes ni autónomos, que todo hemos de valorarlo primero para después saberlo usar generosamente. Hoy podríamos revisar un poco nuestras actitudes con respecto a Dios, con respecto a la Iglesia, con respecto a nuestra vocación. La respuesta a esa revisión no será sencilla; requiere un buen examen de conciencia y sobre todo confianza en el amor infinito que Él nos muestra a cada momento ¿dónde estaríamos sin su amor y sin su misericordia? El Señor nos dice que el Padre es el dueño de la vid que la cuida y la poda para que dé más fruto. El Padre se preocupa constantemente de nuestra relación con Jesús, para ver si estamos verdaderamente unidos a él. Nos mira, y su mirada de amor nos anima a purificar nuestro pasado y a trabajar en el presente para hacer realidad nuestro futuro, con la certeza de que la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús[2] AE



[1] Is 5, 1-7; Mt 21, 33-43.
[2] Cfr. Fil 4, 6-9.

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