Renuncias, fidelidades e imperfecciones


Nuestro querido Pedro que el pasado domingo era la roca sobre la que el Señor edifica la Iglesia, recibe hoy un duro reproche. Es la crisis de Pedro y también la de todo cristiano. También la crisis de la Iglesia ante la dura realidad del camino Señor a veces tan cuesta arriba. El domingo pasado Pedro entendía mucho y hoy no entiende nada[1]. Lo mismo nos pasa a nosotros: no comprendemos que el camino del amor es el único camino para los que decimos seguir a Jesús; y que hemos de estar preparados para dar hasta dar la vida, si es preciso. Qué duda cabe: la actitud de Pedro y la nuestra es está hecha de aciertos y desaciertos, de luz y de oscuridad, de aceptación dócil y alegre del misterio que envuelve nuestra vida y la de los demás, pero también de rebelión ante a la voluntad de Dios cuando sus caminos no coinciden del todo con los nuestros ¡Menos mal que lo que cuenta es saberlo reconocer y continuar con esperanza! Seguir a Jesús supone haber hecho una serie de opciones y rupturas: haber escogido esto y haber renunciado a aquello, #lasdecalylasdearena. Por eso buena cosa es revisar la propia vida de vez en cuando para ver si se va pareciendo a una alfombra o un tapiz tejidos de renuncias y fidelidades y también de imperfecciones. Nuestra vida no está hecha para ser guardada sino para ser entregada, de golpe o poco a poco. Seguir a Jesús es preguntarse muchas veces: ¿qué haría el Señor en mi lugar? ¿Cuál sería su respuesta ante este hecho o delante de esta situación? Lo que salva o condena no es el hecho de pertenecer a un grupo, sino la respuesta sincera y amorosa a la propia conciencia, que en nuestro caso está enriquecida e iluminada por la fe cristiana[2]. Esta es la gran paradoja anunciada y vivida por Jesús: la Vida es fruto de la muerte; no solamente en el último día, sino cada día. Por eso es preciso perderla para encontrarla; es preciso que pase por Jesús y su Evangelio, para nos sea devuelta con olor de eternidad. Porque la vida nos es dada y la merecemos dándola; porque perder es ganar, porque el Señor, con su vida, con todos sus momentos pero sobre todo con su muerte en la cruz, nos dice que amar es dejarse vencer por el amor[3] • AE


[1] Cfr. Mt 16, 13-20.
[2] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Lumen Gentium, n. 16.
[3] P. Vivo, Misa Dominical, 198, 1.

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