Entre flores e incienso y resucitado


Georges de la Tour, María Magdalena con llama humeante (ca. 1640), 
óleo sobre tela  (117.5 × 91.8 cm), Los Angeles County Musuem of Art
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Es el primer día de la semana, aún de madrugada, casi a oscuras, cuando la fe aún no ha iluminado nuestro día ¡Nos parecemos tanto a María Magdalena! Estamos confusos y llorosos viendo el vacío de una tumba, ese vacío interior que a veces nos invade: cansancio de vivir, acciones sin sentido, rutina; esa oscuridad que se produce cuando estamos en crisis y nuestras preguntas no tienen respuesta; cuando sentimos que tal acontecimiento o nueva doctrina nos quita eso seguro a lo que estábamos aferrados. ¿Y Jesús? ¿Por qué no está donde lo habíamos dejado? Es la pregunta de la comunidad cristiana, atónita cuando algo nuevo sucede y debe recomponer sus esquemas. Pedro y Juan corren. Pedro, lo institucional de la Iglesia. Juan, el amor, la intimidad, la confianza. El amor corre más ligero y llega antes, pero deja paso a la autoridad para que investigue y averigüe qué ha pasado. Pedro observa con detenimiento todo, pero no comprende, y Juan el discípulo tan querido, el que permaneció junto a la cruz, el que vio cómo de su corazón salía sangre y agua, el que recibió a María como madre... Juan que compartió el dolor de Cristo, vio y creyó. Intuyó qué había pasado porque el amor lo había abierto más al pensamiento de Jesús. Pedro siempre había resistido a la cruz y al camino de la humillación; el orgullo lo había distraído y no se decidía a romper sus esquemas. Después junto al lago Jesús le pregunte si lo ama y le proponga seguirlo por el mismo camino que conduce a la cruz, Pedro será recuperado y además dará testimonio. La lección de hoy, pues, es sencilla: sólo el amor puede hacernos ver a Jesús. Inútil es, como Pedro, investigar, hurgar entre los lienzos, buscar explicaciones. La fe en el Señor es una experiencia que llega a quienes escuchan el Evangelio y lo llevan a la práctica. Si no hay amor, esta Pascua se quedará vacía, como la tumba. Si esta Pascua no nos hace más hermanos, serán sólo palabras, y mentirosas. Si no vivimos haciendo el bien y curando a los oprimidos, ¿cómo vamos a testimonio de Cristo? No nos preguntemos cuántos somos los cristianos en el mundo[1], lo que realmente importa es cómo vivimos nuestra fe en ese Jesús a quien hoy proclamamos entre flores e incienso resucitado de entre los muertos • AE



[1] S. Benetti, Cruzar la Frontera. Ciclo A.2º, Ed. Paulinas, Madrid 1997, p. 186 ss.

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