Abiertos y universales


Y… ¿Para quién nació Jesús? Para todos los pueblos de la tierra. Así nos lo dice la Liturgia de la Palabra en esta solemnidad de la Epifanía. El Mesías nace no sólo para Israel sino también para los paganos, por más malos que estos sean. Nace no sólo para los cristianos sino para todos los demás pueblos. Para los  hombres de toda raza y condición. Buenos, malos, puros, impuros, etc. Para todos. La Iglesia celebra hoy la manifestación de Jesus a todos. En los magos estamos bien representados los que naceríamos después de Jesus. Con un lenguaje poético y entusiasta lo había anunciado ya Isaías: levántate, Jerusalén, que llega tu luz, y todos los pueblos  caminarán a tu luz: todos esos se han reunido y vienen a ti[1]. Esto es lo que hoy nos alegra el corazón: que Cristo se ha manifestado como salvador de todos. No somos universales de corazón porque estamos encerrados en nuestro grupo, porque apenas nos damos  cuenta de que Dios ha llamado a la fe a hombres de todos los colores, pertenecientes a naciones que apenas conocemos, de culturas que nos resultan misteriosas o incluso sospechosas. Jesus no es patrimonio de ninguna cultura, ni siquiera de la Iglesia Católica. Nadie tiene la exclusiva, o el monopolio. No somos pluralistas y abiertos. Nos cerramos en nuestras ideas, en nuestros gustos, y a los que no coinciden con ellos los excluimos e ignoramos. Las cosas como son. Nos mostramos distantes tal vez no por el color de la piel pero discriminamos basados en posiciones políticas, ideologías, espiritualidades, el grado de simpatía ¡hasta la situación económica! No somos universales en nuestro corazón y hoy, en la Epifanía, nos encontramos con un Dios que se ha muestra radicalmente  universal, abierto. Un Dios que envía a su Hijo para todos, sobre todo para los que en nuestra estrechez de miras nos sentimos en posesión de la verdad. Dice el proverbio chino (ése tan maravilloso) que "si quieres amar a otro, has de  comenzar por perdonarle que sea otro". Quien mejor nos ha dado una lección soberana de apertura al otro es Jesús. Hoy, en el silencio de la oración y la eucaristía le pedimos que haga de nosotros personas abiertas, universales[2]. Que sepamos convivir con todos y encontrar en todos a ese Cristo que nos salva y nos convoca en la alegría y en la paz • AE



[1] Is 60,1-6
[2] J. Aldazábal, Misa Dominical, 1986.

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