Un loco y su carbón (1)


Kalyva [1]de la Preciosa Cruz, 2 de diciembre de 1972.

Querida Hermana e Higúmena[2] Filotea, ¡bendita!:

Una locura me ha agarrado hoy: he tomado la pluma, como un loco que escribe con su carbón sus divagaciones sobre los muros, para escribir las mías sobre un papel y, todavía más locura, enviárselas. Esta segunda locura, la hago por mi gran amor a mis hermanas a fin de ayudarlas, al menos un poco. La razón de mi primera locura tiene como origen cinco cartas que tratan distintos temas y que recibí, una después de otra, en distintas partes de Grecia. Si bien los acontecimientos que les habían sucedido eran una gran bendición, los remitentes habían caído en la desesperación, pues ellos las veían según el mundo. Después de haber pues respondido a sus cartas, como un loco –como le he dicho-, tomé la pluma para escribirle esta carta, pues creo que una simple moneda de 0,5 dracma de parte de vuestro hermano que permanece en el extranjero permitirá a cada una de sus hermanas encender un cirio en su celda y ofrecer a nuestro Buen Dios su alabanza. Yo experimento una gran alegría cuando cada hermana lleva su propia cruz y conduce su combate espiritual personal con celo. Incluso un corazón tan grande y tan luminoso como el sol es poco para entregarlo a Cristo en reconocimiento por sus inmensos dones y sobre todo por el honor tan especial que nos ha hecho, a nosotros los monjes, de reclutarnos por un llamado personal en su orden angélica. Un gran honor es debido también a los progenitores que han sido juzgados dignos de sellar una alianza con Dios. Desgraciadamente, por falta de comprensión, la mayoría de los padres, en lugar de agradecer a Dios, se revelan, pues ellos ven todas las cosas según el mundo –como las personas de las cuales le he hablado más arriba, quienes fueron la causa de que yo tome la pluma para escribirle lo que sigue:

1. Bienaventurados los que han amado a Cristo más que a todas las cosas del mundo y que viven lejos del mundo, junto a Dios en la alegría paradisíaca desde esta tierra.

2. Bienaventurados los que han logrado vivir en la oscuridad y han adquirido grandes virtudes sin adquirir, en cambio, el menor renombre.

3. Bienaventurados los que se han convertido en locos y han preservado así su tesoro espiritual.

4. Bienaventurados los que anuncian el Evangelio no por medio de palabras, sino que lo viven y lo anuncian por su silencio, con la gracia de Dios, la cual es la única que los delata.

5. Bienaventurados los que se alegran de ser acusados injustamente más que de ser alabados justamente por sus vidas virtuosas. Allí reside el signo de la santidad, y no en una ascesis estéril ni en el gran número de las prácticas ascéticas que si no se realizan con humildad y con el objetivo de despojarse del hombre viejo, no hacen más que producir falsas ideas sobre sí mismo.

6. Bienaventurados los que prefieren sufrir la injusticia más que practicar la injusticia, que reciben tranquila y silenciosamente las injusticias, pues ellos manifiestan en la práctica que creen en un solo Dios, el Padre Todopoderoso y que esperan en Él su justificación y no de los hombres para ser vanamente justificados aquí abajo.

7. Bienaventurados los que han nacido inválidos o se han vuelto así por sus propias imprudencias y que no se lamentan sino que dan gloria a Dios. Ellos tendrán los mejores lugares en el Paraíso junto a los Confesores y a los Mártires que han dado sus manos y sus pies por amor a Cristo y que ahora besan con veneración los Pies y las Manos de Cristo.

8. Bienaventurados los que han nacido feos y que son despreciados sobre la tierra, pues, si ellos dan gloria a Dios y no se lamentan, tendrán los más bellos lugares en el Paraíso.

9. Bienaventurados son las viudas que, incluso involuntariamente, visten de negro en esta vida y llevan una vida espiritual blanca como la nieve dando gloria a Dios sin lamentarse, mucho más bienaventuradas que los desgraciados que se visten de colores y llevan una vida de desenfreno de muchos colores.

10. Bienaventurados y mucho más bienaventurados los huérfanos que han sido privados de la inmensa ternura de sus padres, pues ellos han sido juzgados dignos de tener a Dios por Padre ya desde esta vida y, la ternura paterna de la que han sido privados es colocada con intereses en la caja de ahorro de Dios (...) 
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[1] kalyva: así se llaman en el monte Athos a una pequeña habitación aislada provista de una capilla en el interior, pero sin propiedades agrícolas, que es concedido por un monasterio a un monje y algunos discípulos.

[2]  Higúmena:  Madre Priora de un monasterio de mujeres.
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Père Païssios Moine du Mont Athos, LettresÉdité par le monastère Saint-Jean-le Théologien. Souroti de Thessalonique-Grèce 2005, pp. 235-242. 

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